Territorios disonantes en el litoral de Guanacaste: a propósito del auge del término gentrificación
Esteban Barboza Núñez
Febrero, 2025
La popularización del término gentrificación, especialmente después de la pandemia de 2020, su difusión y discusión en redes sociales, en medios de comunicación de gran alcance, y entre el público en general, nos convoca a discutir la situación que enfrenta el litoral guanacasteco en la actualidad, con un explosivo desarrollo inmobiliario a lo largo de sus costas, principalmente de residencias y condominios de lujo. Parte de la cobertura que se le ha dado a este fenómeno tiene que ver, precisamente, con el uso del vocablo en cuestión para describirlo, incluso en contextos académicos.
Ahora bien, ¿qué tan adecuado resulta denominar el fenómeno inmobiliario de Guanacaste, y otras zonas costeras del país, como gentrificación o causante de esta? ¿es el uso de este término suficiente para entender las dinámicas que suceden en torno al acelerado desarrollo inmobiliario en la región? ¿deberíamos pensar en otros enfoques para así poder entender mejor las particularidades del litoral guanacasteco?
Para empezar, el término gentrificación, acuñado por la socióloga británica Ruth Glass en los años sesenta del siglo pasado, se refiere principalmente, tanto a partir de su definición original como en las principales variaciones que ha experimentado a lo largo de las décadas posteriores, al reacondicionamiento de espacios urbanos para ser ocupados por personas de clases sociales más privilegiadas que sus habitantes tradicionales, que son expulsados.
A lo largo de las décadas, desde los años sesenta hasta ahora, el término se utilizó para describir este fenómeno, causado no solamente por las movilidades de las clases más pudientes, sino también de estudiantes, inversionistas especuladores, y turistas. Estos últimos son los que han popularizado el vocablo, principalmente en ciudades como Venecia, Barcelona, Londres o Nueva York, en donde empresas inmobiliarias han venido adquiriendo y remodelando casas y apartamentos en las zonas más turísticas para alquilarlas, por medio de plataformas digitales como Airbnb o Booking, a visitantes que solo están de paso, pero que les producen mayores ingresos que los residentes permanentes, que tienen que marcharse a otras partes menos cotizadas de la ciudad.
Esta combinación de turistificación, es decir, la conversión de un lugar en un enclave totalmente dedicado y dependiente del turismo, y del cambio de uso de viviendas existentes o la demolición de viviendas y la construcción de nuevos apartamentos de alquileres temporales, es lo que genera la gentrificación en ciudades de alta visitación, como las mencionadas anteriormente.
Ahora bien, ¿sucede esto en el litoral de Guanacaste, altamente dependiente del turismo? En Guanacaste ciertamente hay lugares muy turistificados, como Tamarindo o El Coco, pero no exactamente este fenómeno ha ocasionado la compra, por parte de nuevos residentes y especuladores, de viviendas anteriormente ocupadas por locales y su reacondicionamiento, como sucedería en Venecia o Barcelona. Lo que se da más bien es el uso de territorios abiertos y sin construcciones existentes, cerca de la costa, anteriormente dedicados a actividades agrícolas, o bien que cumplían funciones importantes como corredores biológicos, para construir viviendas y condominios de lujo.
Esto acontece a través de un cambio de uso del territorio, que no necesariamente provoca la salida de los habitantes locales, sino que genera la formación de lo que hemos llamado territorios disonantes, caracterizados por los contrastes escandalosos entre la opulencia y la carencia, el lujo y la precariedad, la desigualdad y la exclusión en contextos muy próximos entre sí, a veces a tiro de piedra, en donde conviven, en condiciones muy desiguales, barrios populares y empobrecidos con condominios cerrados y residencias de lujo.
En la gentrificación en contextos urbanos es claro que esta exclusión y desigualdad también se dan, especialmente en muchas ciudades latinoamericanas; pero existen más posibilidades de movilidad por parte de las personas que ya no pueden permitirse vivir en un barrio gentrificado. Las ciudades siempre ofrecen mayores oportunidades. En contextos rurales, y en el contexto guanacasteco en particular, estas posibilidades son mucho más limitadas. La falta de opciones laborales y la alta dependencia del turismo, así como las distancias mayores, limita que las personas puedan desplazarse fácilmente a vivir en otra población más accesible y menos encarecida. Si bien es cierto, existen personas que deciden mudarse a lugares más económicamente accesibles, la gran mayoría no tiene esa opción entre sus posibilidades.
Al anunciarse Costa Rica como un paraíso verde, con selvas y playas a entera disposición del turista y del inversionista, y en donde los ingredientes naturales invisibilizan las poblaciones aledañas a esos entornos paradisíacos -así nos hemos promocionado en el exterior desde los años ochenta-, la inversión y el desarrollo inmobiliario van a procurar los territorios que reúnan esas características. Esa fue también la idea que se impulsó de Costa Rica a partir de la pandemia de 2020, “el mejor lugar para estar”, para poder huir del tumulto que aceleraba la propagación del virus.
Entonces, el auge de la construcción relacionada con el sistema turístico en Guanacaste hace que se construyan espacios en territorios que calzaban con ese imaginario, abiertos y naturales, de gran belleza escénica y próximos o con vista al mar. Esto no necesariamente va a provocar la salida de las poblaciones locales -donde viven los habitantes locales no es del interés de estos desarrolladores-, pero sí los van a dejar en una situación de exclusión y desigualdad persistentes, y eso puede ser aun peor que la gentrificación.
La disonancia territorial se manifiesta en el condominio de lujo, con su propio acueducto, encerrado en su propia burbuja de amenidad, con servicios de ocio hechos a su medida, a una calle de distancia de una población local con todo tipo de carencias y problemas. Entre estos está la de escasez de agua, la falta de alcantarillado, calles sin asfaltar, viviendas deterioradas. También podemos citar el tener que vivir muchas veces a merced de la embestida de fenómenos naturales como inundaciones en la época lluviosa, o el polvo en la época seca; o bien calamidades sociales como la pobreza extrema, la violencia, el crimen organizado, y la sensación de exclusión y abandono. Eso es disonancia territorial, no gentrificación.
Vivir en estas condiciones por supuesto que encarece el costo de la vida, debido a que aumenta la oferta de servicios destinados a los nuevos ocupantes, pero no la dedicada a los locales; al tiempo que limita las opciones de ocio, movilidad, y, por supuesto, el contar con espacios accesibles para la construcción viviendas, o bien, acceder a alquileres a precios que puedan estar al alcance de personas que tengan que irse a vivir a esos lugares por trabajo. Este último sí es un problema para nuevos residentes que no sean de amenidad en toda la costa guanacasteca. Todo esto conduce a la precarización de las condiciones de vida de los habitantes locales y de los migrantes internos o del sur global, dedicados a trabajos de servicio de menor remuneración.
Ahora bien, ¿deberíamos abandonar el término gentrificación al hablar de lo que sucede en Guanacaste? No necesariamente. Su uso ha convocado a muchos sectores, tanto del público en general como activistas, así como a la prensa que cada vez más se interesa en estos temas. Es decir, usar la palabra gentrificación facilita que nos entendamos, en términos generales, y también ayuda a la divulgación de este tipo de problemas; tiene una ventaja en la escena política y activista.
Sin embargo, Guanacaste y otras regiones costeras del país tienen particularidades que también deben verse con cuidado, para no caer en las generalizaciones que nos llevan a ver realidades muy distintas como si fueran la misma cosa. El gran teórico del espacio Henri Lefebvre decía que la construcción del espacio siempre manifiesta el uso político del poder y del saber. ¿Cuál es la relación entre el poder y el desarrollo inmobiliario en Guanacaste? ¿Qué particularidades sociohistóricas tiene esta región que marcan diferencias sustanciales en comparación con ciudades cosmopolitas con barrios gentrificados? ¿Cómo son las estructuras estatales vinculadas a estos territorios, y qué intereses realmente defienden? ¿Cómo se construyen los espacios? ¿Cómo se pueblan esos espacios? Estas son las preguntas que deben ser exploradas en este contexto de territorios disonantes, para tratar de encontrar respuestas más específicas a la situación particular de Guanacaste y otras regiones del país, así como pensar en soluciones.